jueves, 19 de julio de 2012

Un día cualquiera en la vida de un drogo Santiaguino.


Un día cualquiera en la vida de un drogo Santiaguino.
por Enrique Carstens.



Es un día cualquiera y Emilio decide que no asistirá a clases. Se encuentra afuera del recinto escolar: el emblemático liceo José Victorino Lastarria. El está charlando con dos compañeros de curso; el timbre no ha sonado aún para abrir las puertas de entrada y en ese momento divisa a Richard Collins, su mejor amigo. Es la época de vivir el presente; los dos amigos bordean los 16 años – somos diferentes a esos adultos amargados, - piensa Emilio. Se deleita con la idea de hacer la cimarra por enésima vez. Ya no tiene miedo a que los pillen; se siente valiente y la travesura se ha transformado en algo habitual.

-     Hoy no entro a clases aunque me paguen con morfina - dice alegremente Emilio.

-          Estamos bien conectados, compadre. Hoy es un día perfecto para capear clases – dice Richard en un tono excitado

El día está nublado, pero cálido. Los jóvenes bajan caminando hacia el centro, desde el liceo hasta el antiguo Parque Forestal. El paseo es entretenido porque se hace a través de otro pequeño parquecillo que separa dos grandes avenidas de la capital: Providencia y Andrés Bello. Ellos van corriendo, saltando, compitiendo en carreritas cortas entre arbustos y árboles locales.

Los amigos sienten que éste día les pertenece; están animados y todo les llama la atención. El acuerdo es tácito, es lo acostumbrado. Van al punto de partida, donde siempre encuentran la yerbita psicodélica. Es el lugar donde se reúnen los hippies y volados más antiguos de Santiago: los drogos del Parque Forestal. Allí siempre hay alguien para el cotidiano comercio de la marihuana; una mercancía de gran demanda.

 Al llegar a su destino, entran por el lado norte del Parque Forestal y de  súbito se encuentran con dos colegialas vestidas con sus tradicionales jumpers azules y blusas blancas. Usan faldas cortas, una es delgada de trenzas trigueñas y ojos azules, la otra más curvilínea con cabellos negros y ojos verdes ¿Serán voladas? - se pregunta Emilio. La niña sensual con ojos de esmeralda, se acerca a ellos y les pregunta en tono natural, sin vacilaciones:

-          Ey loquillos, ¿tienen humito mágico?

-          Richard ¿tenemos uno para ellas?- pregunta Emilio mientras le guiña un ojo a su amigo

-          Si claro, es el último “piticlín”- contesta él

-          Es verde oscura...muy potente...de la mejor - las educa Emilio, en un tono familiar.

Los jóvenes aspiran el denso humo del pitillo mientras lo van pasando de mano en mano. Se escucha el silbido típico de la inhalación ruidosa y luego toses sonoras. La charla se vuelve más animada. El efecto se está manifestando; están subiendo: se miran entre sí a los rostros con curiosidad; las facciones empiezan a cambiar: los ojos está enrojecidos, sonrisas con muecas estúpidas y una notoria torpeza en sus gestos y movimientos.

La trigueña sugiere que vayan al área de juegos infantiles. Actúan como niños de kindergarten: suben a los columpios; se desplazan por arcos de acero y se deslizan por un tobogán. Los jóvenes se sienten radiantes; está viviendo el momento mientras este sucede. A Emilio ya le gusta la niña de ojos verdes y se siente todo un conquistador. Pretende seducirla con bromas obvias y sugerentes. La entretención le dura poco; ella le dice que ya se marchan. Al parecer se van a juntar con sus novios. Emilio se siente algo estafado, pero razona en forma lógica y sabe que así es la cosa: a veces se gana y a veces no. Las colegialas se desvanecen sutilmente en la mañana otoñal: les envían besos en el aire y así como llegaron, es como se van.

Los dos continúan su caminata por el parque. Sostienen una charla animada y saltan rápido y sin intervalos de un tema a otro. Es el efecto de la droga: hablar como loros, sin parar ni vacilar. Mientras sus palabras vuelan por el aire, se encuentran frente a frente con un curioso individuo que luce una vestimenta impecable y muy particular. Se percibe mundano, elegante, opuesto al típico “hippie” del parque. Es alto, pálido y delgado; lleva el cabello corto en relación a la usanza de los tiempos. Posee bigotes bien cuidados; usa un yoqui de visera de esos al estilo “country-club”.  A pesar de su apariencia externa, los volados saben reconocerse de alguna forma; la señal en este caso proviene de sus ojos pardos y chispeantes circundados por marcadas ojeras. Es aparente que él los ha venido a encontrar; puede adivinar con certeza lo que ellos desean

-¿Buscan de la buena? - les pregunta en tono casual

- Si es cogollo potente...nos podría interesar- dice Emilio, ensayando un tono sofisticado

-¿A dónde vamos?- pregunta Richard

El individuo hace un gesto afirmativo y les invita a que lo sigan. Se acercan a un centenario árbol casi deformado por el paso del tiempo. El enigmático personaje introduce su brazo por un orificio muy bien disimulado en el tronco de ese árbol. De ahí extrae un ánfora de tabaco Raleigh, al tiempo que mira cuidadosamente todo su entorno. Luego procede de inmediato a liar un pitillo de generosas proporciones. De acuerdo al ritual de costumbre, lo enciende y se fuma a cuenta de la casa. Acto seguido, los tres finalizan la transacción con el resto de la yerba que está dentro del ánfora. El efecto es instantáneo; el extraño individuo empieza a relatar con soltura y desparpajo historias escalofriantes. Les relata con esos ojos desorbitados y un aire de enajenado, quien es, a que se dedica, sobre su oficio y sus habilidades... 

-          Uds. nenitos del barrio alto...¿Quieren saber con quien estan hablando? Soy el mejor ladrón de joyas, de la zona del Parque. No ando con pequeñeces; la firme. Es por eso que vivo a todo dar y hago lo que se me antoja

-          Guau –exclamó Emilio con cierta admiración. ¿Nunca te han pillado los tiras o los pacos?

-          Bueno; estuve en la peni un año y medio; asalto a mano armada

-          Que horrible- intervino Richard ¿Es muy mala onda caer en la peni?

-          Ni tanto; me hice respetar. Yo era el jefazo allá adentro; nunca nadie me calzó

-          ¿Como lo haces? ¿Tienes una formula? ¿una técnica para realizar el atraco?

-           Si, pero no divulgo mis secretos. A menos que...

-           ¿Qué qué? - preguntó Emilio mientras su curiosidad seguía aumentando

-          Les propongo ahora mismo un asalto a esa joyería- dijo apuntando con el dedo. Ahí, en la calle Compañía, esquinita de Huelén. Así aprenden los nenes a ser malandros de verdad. Hoy mismo hacemos el gran robo…Hoy mismo...

Esta última frase la repite en forma obsesiva, como si quisiera hipnotizarlos. Acto seguido, abre los botones de su abrigo y les muestra dos armas de fuego en sus cartucheras. Están bien disimuladas en bolsillos especiales, hechos a la medida.

La idea de un asalto a mano armada es tentadora; los jóvenes rebeldes buscan sensaciones fuertes. Por fortuna, el juicio prudente es el que prima en esta ocasión, y es acaso ese rostro de facciones paranoicas, el signo clave que les señala la respuesta adecuada. Se apartan del extraño individuo y los dos amigos discuten a media voz:

- Con un buen plan lo hago, pero no soy estúpido. Este loco nos quiere meter en un tremendo lío; no confío en él - dice Emilio en un murmullo

-Vámonos ya. Yo tampoco quiero seguir a este idiota - dice Richard

Se alejan sin explicación alguna porque ya se puede percibir el olor del peligro; huele asqueroso y produce una angustia en la boca del estómago; es como una daga aguda y paralizante. Hay que retirarse velozmente de esta escena.

-          Tenemos mucho por hacer. ¿Nos habrá tomado el pelo?- pregunta Richard algo dudoso 

-          Qué no viste los revólveres? Vamos, rápido, ¡muévete!

Ya más calmados, en un par de minutos se olvidan por completo del reciente suceso porque no desean trancarse en mala onda. Ya han conseguido la yerba; “el combustible de humos hilarantes”- como le dice Emilio.

En su itinerario, la siguiente parada es el cine Lido; situado en pleno centro capitalino. Irán a experimentar como tantas otras veces, mucho más que una película; una vivencia muy real: “Woodstock, el festival de tres días de paz, música  y amor”. La aclamada película se exhibe a diario y por varios meses a la vez. La cinta se proyecta en distintas salas de cine, tanto del centro de la ciudad, como en algunos barrios de la periferia. Hay una buena razón comercial: jamás falla el público. Cientos de jóvenes asisten a las funciones y una vez dentro del cine, reproducen y viven intensamente  la experiencia del festival. Se sienten libres, salvajes y primitivos.

Emilio hace contacto con una muchacha de grandes senos y camiseta ajustada; él la percibe tremendamente “sexy”. La función empieza, y ya se están besando y acariciando; el no sabe si él se acercó, o ella vino a él, a estas alturas, ya no tiene importancia. Ella está embriagada, muy desinhibida. El se siente extasiado, con un deseo de sexo inagotable. El espectáculo es de ambos: son las verdaderas estrellas de “rock”. Son los actores del momento; son quienes improvisan, bailan, fuman, y recorren sus cuerpos con labios y dedos sudorosos; estan pegajosos y bañados en sus furiosas hormonas. Son sensaciones fuertes, agradables, poderosas. Se transportan  en un carrusel de ensueño; Emilio desearía prolongarlo hacia la eternidad.

Richard está conversando con una jovencita de un cierto estilo gótico. Tiene una hermosa piel bronceada, ojos pardos y un pelo azabache. Lleva cadenas en su ajustada chaqueta de cuero negro; usa pintura como grafitti en la espalda, tatuajes extraños en los brazos y aretes que abundan en su rostro.



En ese instante Richard aparece como fantasma; se acerca a Emilio y le cuchichea algo que apenas puede descifrar - la policía civil ha entrado al cine; están haciendo una redada. Les apodan “los tiras”, “los ratis, “los inmundos”. Raudos se escurren y empujan a gente sin formas; como seres hechos de sombras. Emilio de nuevo siente esa sensación de pánico que le ataca en la boca del estómago; ambos corren a través del pasillo y se acercan hacia la puerta de escape. Se dirigen a ella y se largan del lugar. Saben que acaban de salvar sus pellejos; podrían haber terminado el día “en cana” tal como maleantes ordinarios. Se dirigen corriendo hacia la calle Ahumada y de ahí, al paradero del bus urbano. Finalmente, se suben a un taxi colectivo que los lleva de regreso a la Avenida Providencia.

Como su nombre lo indica, la Avenida Providencia es el paraíso terrenal de muchos jóvenes. Es el segundo centro comercial y de negocios de la ciudad de  Santiago. La avenida esta plagada de tiendas y edificios modernos. Es más refinada que su antecesor el centro capitalino, y supuestamente, está diseñada para “la gente linda” del barrio alto. A manera de premio, se van directamente a la heladería “El Copelia”. Ahí consumen con placer, deliciosos helados de crema.  Este lugar es otro punto de encuentro de los volados y de toda la gente que se identifica con el jet set criollo. Emilio tiene sus prejuicios; no le interesa la gente comun y corriente. Admira en cambio, a los excéntricos, extremistas, a los que viven al filo de la navaja, intensamente, así como ellos. Cada vez que está aburrido, angustiado o de mal humor, se va a  Providencia. Ahí él se olvida de todo y se distrae  mirando a bella lolitas. Además siempre se encuentra con algunos de  sus pares: los volados, locos y reventados, así como ellos mismos se denominan.  Emilio invita a su amigo para que vayan a su casa; es hora de comer
- Mis viejos no están en casa; vamos a comer. Estoy para devorarme un caballo.
- Claro, estoy también muerto de hambre
Bajan un par de cuadras y piden un aventón en la Avenida Los Leones con rumbo a Vitacura; esa es  la dirección a su casa. Después de unos minutos de “hacer dedo” como ellos le dicen a esta práctica habitual; un auto se detiene y ven a una “estupenda mamitá sexy ” que los invita a subir al vehículo. Es un Alfa Romeo: deportivo, rojo y salvaje; como ella. La mujer conduce veloz como una tigresa en plena selva detrás de su presa. Unos segundos más tarde prende el “estéreo” que viene con parlantes potentes y sofisticados. Se van raudos como vientos de un huracán. Emilio está excitado, y va escuchando vivos sonidos musicales que la hembra ha sintonizado:

 “Eva María se fue…se fue corriendo a la playa,…con su bikini de piel... y su maleta de rayas…. Ella se marchó y me dejó muy triste…” Eva María se fue y yo he quedado muy solo.

Mientras escuchan la música vibrante, el cuerpo de Emilio siente escalofríos de placer. Se imagina vívidamente a Eva María, la sensual mujer del deportivo rojo. El joven sueña despierto: están desnudos en la noche, en una playa de arena blanca y aguas turquesas. La imaginación se acrecienta, ahora da  lugar a pensamientos extremos; - La seduzco en un instante; pero si ella me rechaza, será aún mejor: por la razón o la fuerza. Ella es mía; es una violación lo que deseo; ella también desea sentir mi fuerza brutal, es ninfomaníaca; una fiera salvaje (que canción....que emoción…que mujer….me tiene loco…de pura excitación...)


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Los dos jóvenes llegan a casa de Emilio y se dirigen como autómatas al refrigerador. En cosa de segundos, ambos están comiendo con mucho apetito y modales de dos fieras salvajes. Se dirigen al cuarto y se  encierran en su música;...la mejor del mundo...“Los Beattles”, “Led Zeppelin”, “Jethro O’Tull”, “Santana”, “Los Rollings”. Imbuidos en el ritmo se relajan y  descansan unos momentos. El efecto de las drogas se empieza a diluir pero la fiesta tiene que seguir, no debe parar. ¿Cuál es el plan ahora? Lo mejor es conseguir nuevos “rosaditos”, que los demonios esos, los tienen más atrapados que nunca; ellos hubieran vivido intoxicados: “volar  y volar, que el mundo se va a acabar”. Se van a la farmacia de la esquina, aquella que se ubica en la calle posterior a su propia calle. Esperan pacientemente afuera y se preparan para la farsa de siempre. Divisan a una señora de apariencia sencilla, con aspecto de buena persona, (todo ese perfil psicológico, es parte del conocimiento ya  adquirido), y una vez que estan cerca de ella, le recitan la historia de siempre, por cierto, una triste historia. Es que a ellos no les venden los potentes barbitúricos. Tienen que usar diferentes artimañas.

-          Señora, le debemos dinero al farmacéutico de la esquina y necesitamos un medicamento para mi mami; ella esta con mucho dolor ahora– dice Emilio

-  ¿Podría comprar esto por nosotros? No sabe cuanto nos ayudaría – acota Richard mientras le entrega una nota con el nombre específico del remedio

Esto es actuación de primera y requiere de valor; ellos ya son maestros en ese arte. Se corren riesgos, puede ser peligroso. A veces sienten pánico al hacer esta pantomima; especialmente cuando están aburridamente sobrios. Si alguien de la farmacia sospecha, podrían armar un escándalo; llamar a la policía; la vida se vive con incertidumbre y ellos lo saben. Una vez que las mágicas pastillitas se ingieren su euforia es inmediata. Es una sensación cosquillosa y placentera por todo el cuerpo;  el torrente sanguíneo fluye suavemente y va acariciando los órganos internos. Los elementos físicos del ambiente exterior se ven muy brillantes y surge esa energía vibrante en el alma del guerrero y conquistador. Emilio se siente desinhibido, bien adaptado al mundo. Es nuevamente un personaje sociable y conversador; es quien desearía ser de verdad. Está con ganas de reír constantemente; de hacer travesuras, está muy activo, en control, se siente invencible y ya no conoce el miedo. Es un efecto confiable, siempre igual, sin sorpresas.

Ahora esta atardeciéndo y se dirigen hacia “La Pirámide”, el cerrito de su infancia, por allá por donde termina el Parque Américo Vespucio y donde se cruza con la Nueva Costanera. Hacen una primera parada donde “Manolo”, aquel clandestino donde se reúnen borrachines, volados y malandrines por igual. En este lugar de se vende combustible volátil y líquidos enervantes de toda clase: cerveza, vinos y licores; se intercambia mariguana, y entre otras cosas, sus clientes juegan al futbolito, o en máquinas electrónicas que se conocen como “flippers”. Manolo es un huaso ladino y es el dueño del local.  Tiene la gracia de contar con muchos “santos en la corte”, muchas amistades y conocidos que lo protegen de la ley.

Después de beber una cerveza, Richard invita a un par de muchachos a unirse al juego del futbolito o taca-taca como le llaman ellos, para competir apostando cervezas enlatadas. No pasa mucho tiempo y ya están enfrascados en una tremenda pelea. Los adversarios son dos tramposos que los estan desafíando; desean un triunfo rápido. Emilio se dirige a su amigo

- Los pendejos estos, no saben con “la chichita que se están curando”.

La pelea es breve; a Richard casi le quiebran las costillas de una patada que recibe ya botado en el suelo, pero aún así, está feliz, muy anestesiado; no puede sentir dolor, sencillamente no cuadra, no encaja. Se van rápido del lugar, en cualquier momento pueden llegar malignos socios de estos patanes desafiantes.

Entonces enfilan rumbo hacia la casa de Gastón; otro mosquetero, otro buen amigo. Gastón es muy buena onda; su mamá nunca está en casa y hay libertad para hacer y deshacer. Su residencia es como una gran cabaña hecha de ladrillos rojizos y madera oscura; en el interior de la casa, la primera pieza de entrada es el “living-room”. La gran sala, posee un cielo raso abierto hacia el segundo piso adornado con vigas de roble a la vista. En las paredes hay muchos cuadros. La familia de Gastón tiene un refinado gusto por el arte. Eso le agrada a Emilio también. El es un artista de cuerpo y alma: le gusta mucho la vida bohemia, está un poco loco, tiene a menudo pensamientos suicidas, ama la música con pasión, querría ser un escritor, se fascina con las artes plásticas y la estética. No cabe duda, es un típico artista desadaptado. A veces se escapa del mundanal ruido y se va a la naturaleza a pintar cuadros que ni siquiera cuelga en su habitación. Escribe poemas cuando se siente solo y los guarda celosamente en un cuadernillo

Esta casa posee un estilo acogedor. Tiene un pequeño jardín en el frente, bien mantenido, y luego un patio interior de césped parejo, recién cortado. Gastón los guía por el living y pasan al patio interior de la casa. En él hay mucha vegetación, hay plantas, arbustos ornamentales, pequeños árboles de formas sugerentes. En un rincón, se encuentra una piscina de buen tamaño; esta hecha de cerámica en distintos tonos verdes y azules. El diseño es de formas suaves y ondulantes. Ahí mismo se preparan para organizar una suerte de retiro espiritual. Escuchan la música de su generación, la que de alguna manera los une a todos : “Aqualang” de Jethro O’Tull; “El lado oscuro de la luna”- Pink Floyd.

Ahora ya le han dado el bajo a una botella de coñac; es de aquel surtido bar que tiene la mamá de Gastón, allá arriba en la mansarda. El líquido enervante desciende veloz por sus gargantas y los impulsa a charlar y reir animadamente; es que están hiperactivos; todos hablan al unísono como en un estridente concierto; el volumen sube y sube y la cabeza de Emilio está girando. - Calma, calma... bajen el volumen, les grita! Luego vienen las travesuras obligadas; bruscos empujones, bromas de cualquier tipo. Emilio quiere despejarse del ambiente caótico; y con una energía incontrolable se arroja a la piscina, así vestido y todo; es que piensa que esta es una manera de  expresar sus excesos. ¿Por qué no se siente así de libre cuando se encuentra sobrio? Esa es una constante pregunta que cada día le molesta más. Gastón y Richard saltan también; son los tres mosqueteros.”Uno para todos y todos para uno”.

Un par de horas y están secos; el calor vuelve a azotar como en un desierto. Esta orgía privada y respetable se ve interrumpida cuando aparece Pancho,  el hermano mayor de Gastón

- Ese el idiota del Pancho que se cree Tarzán. Es un vanidoso y arrogante – dice Emilio dirigiéndose  a su amigo Richard.

El muy imbecil empieza a vociferar...se tienen que ir de su casa,...o si no, el intolerable paranoico va a llamar a los pacos, a los tiras y quien sabe: quizás a los comandos militares. Está furioso el tipejo ese, y ahora le grita en tono agudo y disonante a Gastón “El Pelícano”.

-“La clase de amiguitos que te gastai, pelotas. Se van todos de aquí. Ahora”

Gastón no atina, no computa, está marcando ocupado, está en la nada misma; se encuentra en la estratósfera, con vista al mar y con ojos de pescado, en fin: “la gran cagada gran”. Es entonces, que los tres se miran, y así como llegan, se van; porque la fiesta debe continuar.

Siguen los tres jóvenes en su odisea. Apuntan la brújula ahora a un Pub-Artesa, conocido como El Café de Vitacura, al que han bautizado “El Arranané”, porque es algo “arranado”, aburrido y demasiado tranquilo para sus estilos de vida: “The wild, wild, west”. Ahora ya no importa, están muy hambrientos y ese es un buen lugar para comer los famosos sandwiches locales: “lomitos de cerdo, chacareros y barros jarpa”.

Ahí se juntan por lo regular, viejos hippies del estilo artesanal, aburridos pacifistas; cuando se les mira, deseas bostezar. Vidas perdidas!! se dice Emilio a si mismo en su interior; necesita encontrar criaturas que él juzga inferiores, si no la pesadilla se le hace aún más insostenible. La energética pandilla ahora ya está ordenando algo para comer. Emilio divisa entre las mesas de un rincón apartado, a Patricia Arce, su Ex novia, su tierna “sweetheart”. Ellos ya habían terminado; él la abadonó por iniciativa propia como se hace con artículos desechables que ya no prestan utilidad. No se siente bien con su decisión; esto fue un par de meses atrás. Se levanta disimulado, antes de que ella lo vea y escapa del lugar. Escapa siempre de ciertas situaciones que no puede enfrentar. No quiere darle explicaciones ni hablar de las razones para terminar esa larga relación amorosa. Si ni siquiera, él mismo lo sabe. Le  cuesta imaginarse  que, un bueno para nada, un arrogante y desquiciado, se de el lujo de abandonar a esta mujer linda, una bailarina clásica, una mujer balanceada, completa, que se había enamorado de este drogadicto, escandaloso e inútil. No está listo para ella, como explicarle; es una locura, él no la puede hacer feliz. El ya no sabe lo que quiere, piensa que la adora, que la ama, pero debe protegerla de si mismo. El ha llegado a un punto en que se empieza a odiar a si mismo. No puede entregarle nada dulce, ni amoroso, como ella se merece.

Emilio se va solo con sus sombras del Café-Arranané. Quiere darle un buen final a este día. Es que ya a estas alturas, no está muy creativo y opta por ingerir las últimas pildoritas rosadas que aún lleva consigo. Después de eso, no recuerda nada, es el vacío total. Eventualmente despierta, siente y visualiza las agitadas luces y escandalosas sirenas de la ambulancia que lo lleva a la sala de urgencias de algún centro hospitalario. Está totalmente intoxicado; esas personas de blanco se preocupan por su vida y por su muerte. El se preocupa de las enfermeras. Ellas se divierten con su estado decadente y Emilio ahora ¿más consciente? les explica las bondades de esas mágicas grageas, aduciendo -“sólo que en esta ocasión, se me pasó la mano”. -Risas y más risas-. Las auxiliares y enfermeras le hacen bromas y se ríen con ganas. Ellas están acostumbradas a estas escenas tragicómicas de la vida real. Emilio ahora es “Romeo el conquistador”, lo ve en su espejo distorsionado del interior; patético en el espejo exterior de la realidad, y aún así se afana por ser divertido; quiere entretenerlas, en fin, no puede parar la filmación de su propio drama; está enfocada en cámara rápida; nada se detiene y los actores no descansan. Ya le han introducido todo tipo de agujas en sus venas. Se encuentra lleno de tubos y elementos plasticos con sondas de glucosa y tubos de oxígeno. Dos horas pasan y ahora la policía civil es quien lo lleva de vuelta a su “hogar-dulce-hogar”. Es el tiempo del famoso “golpe militar” y su padre es coronel de ejército en retiro. Siempre aprovecha esta situación; nunca deja de mencionarlo. En particular, cuando se encuentra en problemas de este tipo y es por eso que las autoridades lo tratan bien. Lo llevan a su casa y no le dan el castigo que se merece, el que otros de su maldita clase, pagarían tan caro.

Después de un sueño largo, Emilio despierta en su cama. No recuerda como ha llegado hasta ahí. Sigue intentando dormir; no quiere despertar, no quiere saber lo que pasó, ni lo que pasará al día siguiente. Detesta pensar en las explicaciones que tendrá que inventar, para sus padres y todos los demás, sean quienen sean. El sólo desea disfrutar de esa sensación fugaz de paz que está sintiendo ahora, imaginando ese hermoso atardecer rojizo y él planeando por los cielos, tal como lo haría su gran amigo volátil; aquel que nunca lo abandona; su héroe: “Juan Salvador Gaviota”.

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1 comentario:

  1. Alguien dijo: Vino a buscarte un huevón chico, rucio, pelucón, con la cara gelatinosa y colorada el prototipo del marihuanero.

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